Las semifinales de la Champions League de 2006 tenían deparado uno de esos momentos dramáticos del fútbol. Una broma macabra para un club pequeño que en aquellos días comenzaba a codearse entre los grandes del continente y a poner el nombre de Villareal en los mapas. El club levantino se plantaba en la antesala de la gran final tras eliminar a históricos como el Inter de Milán. En la semifinal tocó el todopoderoso Arsenal de Henry, Cesc, Vieria y compañía. La eliminatoria fue tremenda, y la vuelta una repetición de intentos fallidos de empatar el gol de ventaja que los ingleses trajeron de Londres. Cuando el tiempo se agotaba llegó el lance por el que el partido forma parte de la historia. En el minuto 89 el árbitro pitaba penalti. Parecía que la historia de cenicienta continuaba. No ocurrió así. Fue una trampa del destino. Un engaño del diablo. Riquelme falló y el tiempo se detuvo en Villareal. Son muchas las ocasiones en las que el caprichoso dios del fútbol concede una segunda oportunidad, y esta es una de ellas. El bombo sirvió un contexto casi parecido al Villareal. El balompié y el viejo continente tienen una vieja deuda con el submarino amarillo. El penalti errado por Riquelme no es más que un peaje a la gloria. Es tiempo de revancha. Es tiempo de una victoria en diferido. Es tiempo de cambiar la historia. |
martes, 7 de abril de 2009
El penalti que pudo cambiar la historia
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